Su amistad con José Antonio Primo de Rivera, probada por diversos testimonios, entre ellos el del poeta Gabriel Celaya, pone de manifiesto su capacidad para valorar a las personas más allá de las ideas políticas
El autor de «Desertores. La Guerra civil que nadie quiere contar», el periodista y escritor Pedro Corral, sostiene en un ensayo publicado en el último número de la revista «Noticiero de las Ideas» (Fundación Vocento), que algunos han querido ver en la fosa de Federico García Lorca el «Santo Grial» de la memoria histórica pero se está revelando como un rotundo alegato contra la utilización política de las víctimas de la Guerra Civil .
Recordando a Julián Zugazagoitia, socialista y escritor vasco, Pedro Corral rememora su advertencia sobre el riesgo de convertir el recuerdo de la confrontación en un pretexto para envenenar las conciencias de los españoles que no la vivieron. Corral se suma a la posición de la familia del poeta granadino en su decisión de que los restos se queden donde están y a mantener su figura como el emblema de todas las víctimas justamente por haber corrido una suerte común con muchos otros.
A juicio del autor de «Si me quieres escribir«, crítico con el enfoque de la Ley de Memoria Histórica, «los españoles no habíamos olvidado la guerra, lo que habíamos conseguido era superar las visiones propagandísticas interesadas en exaltar a unas víctimas y repudiar a las contrarias».
Su amistad con José Antonio Primo de Rivera, probada por diversos testimonios, entre ellos el del poeta Gabriel Celaya, pone de manifiesto su capacidad para valorar a las personas más allá de las ideas políticas Tópicos manoseadosPara Pedro Corral la singularidad del poeta fusilado debería alejar toda pretensión de convertirla en una nueva trinchera de esta absurda revivificación de los odios y rencores de las dos Españas del 36. En su ensayo «Sobre héroes, canallas y tumbas» publicado en «Noticiero de las Ideas», sostiene que «hemos asumido que García Lorca pertenece a la España vencida, quizás porque siempre nos ha resultado cómodo aceptar aquel encasillamiento de acuerdo con algunos manoseados tópicos como el de su homosexualidad, cuando tal condición era considerada también por las izquierdas como “un vicio burgués” a exterminar».
«Es lícito preguntarse –afirma- Corral- si García Lorca tuvo opción de elegir de que lado estaba ante el estallido de la contienda y si no fueron en realidad los canallas de sus verdugos quienes eligieron por él. Su amistad con José Antonio Primo de Rivera, probada por diversos testimonios, entre ellos el del poeta Gabriel Celaya, pone de manifiesto su capacidad para valorar a las personas más allá de las ideas políticas».
Pedro Corral se cuestiona finalmente: «Quien sabe si, de no haber sido asesinado en Granada, García Lorca hubiera hecho el mismo viaje del entusiasmo a la decepción de su amigo Cernuda respecto a la causa republicana para pasar a engrosar la filas de la “tercera España” y hacer suya la frase del sevillano: ¿Qué puede el hombre contra la locura de to
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