Una de las misiones de nuestros teatros públicos es escenificar esa porción creciente del repertorio contemporáneo español que por sus exigencias artísticas y lo extenso de su reparto se representa escasamente. Unas Bodas de sangre cabales, con veintitantos intérpretes, sólo pueden hacerse bajo su amparo. Éstas, coproducidas por el Centro Dramático Nacional y su homólogo andaluz, tiran de hombres y no de nombres.
Escenografía, luz (Paco Leal) y vestuario (Pedro Moreno) dibujan un campo de batalla dónde la felicidad es un rayo breve de sol invernal. Ahí en medio se planta, resuelta y axial, la madre cariátide de Consuelo Trujillo. Luis Rallo, su hijo, tiene la frente y la estampa de Casimiro Pérez, el novio real, y un apocamiento bonachón que se vuelve temple vengador cuando le roban la novia, interpretada por Noemí Martínez con un abanico expresivo que ella abre y cierra con gracia: está sutilmente esquiva cuando su suegra le anuncia lapidaria lo que debe esperar de su matrimonio ("esposo, hijos y una pared para todo lo demás"). Carlos Álvarez-Novoa, su padre, con amagar un gesto lo dice todo. Son un cuarteto afinado con diapasón. Ana Malaver, Olga Rodríguez y Carmen León imprimen pathos a sus papeles de carácter. El Leonardo de Israel Frías anticipa, desde su primera entrada, su fiereza postrera: no tiene recorrido dramático. Su pecho al aire subraya innecesariamente su carácter.
Las escenas festivas, escollo dónde naufragaron otras Bodas de sangre, tienen en ésta la impronta tribal y pagana de los bailes de aldea. Cristina Hoyos mueve a placer las escenas corales, resueltas con donaire por Sonia Gómez, Pilar Gil, Pepa Delgado, Ramos López y el resto del elenco femenino. No se entiende, en cambio, que la nana se acompase con una voz en off sonorizada electrónicamente: bastaría con que las actrices la entonaran con su voz natural, como el resto de las canciones, de sabor ibérico, compuestas por Mariano Díaz, que en ésta les exige demasiado.
La escena de los leñadores, por solemne, y la de la luna, cuya voz es una canción grabada por Ana Belén, nos llevan a otro lugar: están fuera del registro trágico mantenido con tan buen pulso durante el resto del espectáculo.
Fuente: El Pais
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